lunes, 13 de marzo de 2017

Nueva York en la literatura (III): NUEVA YORK: HISTORIAS DE DOS CIUDADES

Nueva York son dos ciudades. O diez, o cien. Pero al menos, dos. 

Una es rica y glamurosa, viste bien, va al teatro y se pasea por la Quinta Avenida como si las aceras llevaran alfombras rojas. Es un personaje estelar en las películas de Woody Allen, la literatura y el cine la miman sin pudor y se siente poderosa cada vez que se mira con orgullo en los escaparates de las calles de Upper East Side. Distinción y elegancia son sus máximas, y los botones y porteros lo saben cada vez que se quitan una mota de polvo de sus trajes. Vive a gusto, saciada de lujo y de sueños cumplidos. Se sabe reverenciada y codiciada, como una esmeralda en una vitrina blindada. 

La otra es sucia y huele mal, es malhablada, va al cine cuando puede y se pasea por el metro muerta de sueño, como sonámbula en pena. Cuando se ve en los escaparates se ríe sarcástica o aparta la mirada, perturbada por la visión de ese sueño americano que parece una blasfemia en ciertas zonas de Brooklyn o del Bronx. Resistencia y orgullo son sus máximas, aunque no siempre se pueda permitir el lujo de mostrarlas, sobre todo cuando toca elegir entre pagar el alquiler o hacer la compra semanal. Vive humillada, miserable, herida de pobreza. Se sabe despreciada y temida, como una amenaza difusa que nunca debería haberse hecho realidad. 

La frontera entre estas dos ciudades es cada vez más delgada y está hecha de esa maltrecha clase media que hasta los años ochenta protagonizó la gran explosión cultural de la ciudad y que hoy en día agoniza debido a los precios prohibitivos de la vivienda y las crecientes desigualdades sociales. Dos ciudades separadas por la herida de la desigualdad económica y social viven una junto a otra, incluso una sobre la otra, y cada vez es más difícil que se pongan de acuerdo para caminar en la misma dirección. 

A través de relatos escritos por treinta escritores neoyorquinos actuales (Dave Eggers, Edmund White, Zadie Smith, Jonathan Safran Foer, etc.), este libro propone la idea de que una convivencia más justa y equitativa es posible y que quizá haya que rescatar para la política ideas tan de sentido común (y que el neoliberalismo ha vuelto tan subversivas) como la necesidad de velar por el bienestar general y la importancia de la inversión pública en todos los sectores para tratar de frenar por todos los medios la galopante desigualdad. Todos los relatos son historias de amor (amor herido, amor furibundo, amor platónico) por Nueva York, pero uno en concreto me ha acelerado el pulso y las ganas de estar ya allí a descubrir sus calles. La ciudad transmite, con su vitalidad desbordante, una sensación de euforia, cuenta el relato. Uno vuelve de ella hiperestimulado por sus mil caras, por sus historias, con una mayor capacidad de experimentar la extraordinaria diversidad del mundo y sus posibilidades. 

Yo quiero una Nueva York así, una ciudad que sea como una amante generosa que tiene amor para todos. Que deje de vivir del espejismo de la especulación financiera y proporcione a sus habitantes viviendas y condiciones laborales dignas que les permitan disfrutar de todo lo que esta ciudad brutal y esplendorosa tiene para ofrecer. 



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