lunes, 14 de agosto de 2017

MALDITOS 16

Hay una rabia escondida en cada palabra y cada gesto que intercambian. Han aprendido muy rápido todo lo que no quieren en la vida, y de momento les vale cualquier cosa que les ofrezca la posibilidad de huir, o de salvarse. Se sienten distintos, encerrados en su diferencia, aterrados por lo que los demás puedan pensar de ellos. Buscan un equilibrio imposible entre su necesidad de ser aceptados y su necesidad de aceptarse y expresarse con libertad. Tienen miedo a no saber encontrar un motivo para vivir más grande que el cotidiano dolor de estar vivos. No son niños. No son adultos. Tienen dieciséis años y están aprendiendo a decir: he intentado matarme. 

El suicidio es una palabra que no se pronuncia en voz alta. Más bien se esconde en comentarios al oído, cuchicheada con morbo o, en el mejor de los casos, con compasión: ¿te has enterado?, Marcos ha intentado matarse, sí, por una ventana, ¿con pastillas?, no, ni idea, pero qué loco, qué idiota, pobrecillo. No se habla de ello porque querer matarse es un tabú. Nuestra querida cultura occidental, impregnada de catolicismo, nos ha enseñado a verlo como un pecado, un acto ignominioso que hay que esconder de la vista de los demás, un oprobio, una vergüenza. Las causas son lo de menos. Matarse es propio de pecadores, locos, egoístas, egocéntricos, caprichosos. Y nadie quiere tener a un suicida cerca. 

Si el suicidio es un tema tabú, el suicidio adolescente lo es todavía más. A los dieciséis años, uno sigue siendo un niño a los ojos de sus padres. Y aunque las estadísticas digan que el suicidio es la segunda causa de muerte entre los adolescentes, todo el mundo sabe que los niños no se suicidan. ¿Cómo podrían hacerlo? ¿Y por qué, por Dios, por qué lo harían? 

Para vengarse. "De mis padres, por exigirme; de mis compañeros, por putearme; de mis profesores, por fingir que no se enteraban". Son menores de edad, pero no se lo están inventando. Toda esa vida trágica y ese dolor infinito son reales. Tan reales como los insultos, los menosprecios, las palizas, la identidad sexual incomprendida, despreciada y ridiculizada. Tan reales como la necesidad de cariño ignorada, como la rabia que produce desear algo, algo pequeño y sencillo que todo el mundo toca, y saber que siempre estará fuera de tu alcance. 

Esta obra de teatro de Fernando J López se estrenó en enero de 2017. Sus cuatro personajes adolescentes se inspiran en jóvenes que el autor ha conocido en las aulas, en el hospital y en las redes sociales. Alumnos, pacientes y lectores de sus novelas "que necesitan que la cultura los convierta, de una vez, en protagonistas". A través de sus palabras, ellos han reunido el valor de decirles a todos los que les despreciaron o ignoraron o pensaron que no era para tanto: he intentado matarme. Y al oírse, han entendido que no ocurrió. Que siguen aquí porque han conseguido ser más fuertes que ellos. 




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