jueves, 19 de abril de 2018

QUÉDATE CONMIGO

Reconozco que no me esperaba esta novela. No después de saber que es el primer libro de esta autora y de ver su juventud sonriéndome con aire colegial desde la foto de la solapa. Como es nigeriana, pensé inmediatamente en la otra escritora nigeriana que conozco, Chimamanda Ngozi Adichie (como si no hubiera más nigerianas que ella en el mundo), y claro, como la noche y el día. Qué prejuicio tan occidental este de imaginar similares a todos los habitantes de un país que desconocemos. El caso es que no me esperaba esta novela de esta forma. No me esperaba la desolación, la brusquedad de un amor que va perdiendo su suavidad y revelando aristas violentas, la impotencia, sobre todo la impotencia de la protagonista ante su imposibilidad de quedarse embarazada. Porque ¿cómo luchar contra la idea de que si no eres madre no eres mujer del todo? ¿Cómo rebelarse si esa idea está tan incrustada en tu cultura que ni siquiera te das cuenta de que puede convertirse en un tumor que carcome, día tras día, menstruación tras menstruación, tu libertad vital como mujer?

Un día tu marido llega a casa y te das cuenta de que sus palabras ocupan demasiado espacio. Te sobran todas las que no tengan que ver con embarazo, lactancia o niños. Sus palabras te hablan de su trabajo, de los planes del fin de semana, de las exigencias de sus padres. Sus palabras, que ya ni siquiera entiendes, resbalan por tu cuerpo como una lluvia molesta, no las quieres aquí, en la cocina, en tu casa, en tu cuerpo. Un día tu marido llega a casa y te das cuenta de que su cara es una versión desvaída de la que recuerdas. Te das cuenta de que esa cara ya no es la de antes, de que no le escuchas, de que no te importa, de que si supiera lo que de verdad pasa por tu cabeza mientras te habla su bonita sonrisa se convertiría en una mueca de miedo y horror. Y piensas: "¿Qué sería del amor si no fuese por las verdades a medias, por esas versiones mejoradas de nosotros mismos que presentamos como las únicas posibles?"

Esta es una novela sobre la maternidad. Sobre los estragos que puede hacer en una pareja la necesidad vital de ser padres. Y, por encima de todo, sobre el dolor de una mujer cuya relación con la maternidad es un desgarro continuo. Es intensa, muy intensa. Hay una rabia enfurecida detrás de la sonrisa inocente de la foto de la autora. Hay una pasión constante que no sabe nada de prudencias o delicadezas. Y un deseo que sobrevuela cada pensamiento de la protagonista: abrir en dos la memoria como si fuera un mango maduro, hurgar en la pulpa blanda, extirpar las partes enfermas y exponer todos sus secretos a la luz. 

No me esperaba esta novela. La he terminado, asombrado, con la sensación de haber escuchado una voz muy mayor: la voz de una mujer que se ha asomado a abismos insondables de dolor, una y otra vez, y que ha vuelto de todos ellos con su oscuridad en los ojos y la voluntad de seguir luchando, contra todo pronóstico, para conservar aquel amor por el que un día creyó que merecía la pena vivir.  

"No puede haber tan pocas luces en este mundo como para que tengamos que ir hasta el cielo a buscarlas". Este libro es un mapa para aquellos que se pierden buscando las luces. Un mapa con desgarros, pasiones, tristezas, y una mano abierta al fondo del abismo para salir de la oscuridad y encontrarse. 

Ayòbámi Adébáyò



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